En la sociedad contemporánea, prevalece una tendencia a medir el valor personal y el de los demás a través del éxito económico y laboral. Esta medida superficial ignora la importancia de la integridad, la empatía y la bondad, enfocándose en lugar de ello en el estatus social y la riqueza. Esta visión es errónea y limitante, pues omite considerar la aleatoriedad, los contextos culturales y las emociones en las historias de éxito y fracaso. El libro de Job es un testimonio de que la riqueza no siempre es sinónimo de virtud o esfuerzo personal.
La obsesión por lo material no solo es errónea, sino también dañina. Valerse únicamente por los bienes materiales lleva a una autoestima frágil, dependiente de factores externos y susceptibles a la volatilidad del entorno económico y político. Este enfoque materialista puede hacer que las personas descuiden aspectos vitales de su desarrollo personal, como las relaciones interpersonales, la auto-reflexión y el crecimiento espiritual, al desvalorizar todo lo que no se puede cuantificar económicamente.
En contraste, reconocer que nuestra humanidad y nuestro carácter se definen por nuestros actos y por cómo tratamos a los demás es fundamental para construir una autoestima sólida y duradera. Este reconocimiento nos permite entender que nuestro valor intrínseco radica en nuestro ser y en nuestras elecciones diarias, más allá de cualquier posesión material.
Adoptar esta perspectiva más enriquecedora significa apreciar y valorar las cualidades que realmente nos definen como seres humanos: la compasión, la resiliencia, la generosidad y la capacidad de amar y apoyar a los demás. Al hacerlo, no solo cultivamos una autoestima basada en pilares internos y estables, sino que también promovemos una sociedad más justa y empática, donde el éxito se mide no por lo que se tiene, sino por lo que se es y se hace por los demás.
En resumen, desplazar el enfoque de lo material hacia lo espiritual y relacional nos libera de las cadenas del consumismo y nos abre a una vida de verdadero significado y satisfacción. Recordar que nuestro valor real proviene de nuestra esencia y acciones nos ofrece una fuente de paz y autoestima inquebrantable, independientemente de las circunstancias externas.

