El Cuerpo y el Alma: Un Préstamo Divino para Cumplir Nuestra Misión

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La vida, en su esencia más profunda, es un enigma que combina la materia y el espíritu en una unidad indivisible. En este maravilloso y complejo viaje que es la existencia humana, cada uno de nosotros recibe un regalo precioso y temporal: nuestro cuerpo, acompañado de un alma que le infunde vida y propósito. Desde una perspectiva judía, este regalo divino no es un bien personal en el sentido más absoluto, sino un préstamo sagrado, destinado a ser utilizado en la consecución de una misión trascendental en este mundo.

Pero, ¿por qué se nos insta a cuidar de nuestra salud y a evitar acciones que pongan en riesgo nuestro bienestar? La respuesta radica en el entendimiento de que no somos meros dueños de nuestro cuerpo y nuestra vida, sino custodios responsables de un tesoro que nos ha sido confiado. La Kabalá nos enseña que Dios, el Creador de todo, nos entrega este cuerpo y alma con un propósito divino, no para ser manejados a nuestro antojo, sino para ser preservados, honrados y utilizados en la realización de buenas obras y la observancia de Sus mandamientos.

Esta perspectiva transforma radicalmente nuestra relación con nuestro ser físico y espiritual. Al reconocer que nuestro cuerpo es, en efecto, un préstamo divino, comprendemos que maltratarlo o descuidarlo no es simplemente una decisión personal sin consecuencias. Es, más bien, una desviación de la voluntad de Dios y un fallo en nuestra responsabilidad de cuidar de este regalo sagrado. Así, la mitzvá de mantenerse sano trasciende la mera autopreservación; se convierte en un acto de servicio divino, un compromiso con la vida que nos ha sido otorgada con un propósito elevado.

Pero, ¿qué implica realmente este cuidado del cuerpo y del espíritu? Significa alimentarnos de manera que nutramos nuestro ser, no solo en el sentido físico, sino también en el espiritual, eligiendo alimentos que fortalezcan nuestro cuerpo y nuestra alma. Significa ejercitarnos, no solo para mantenernos en forma, sino para honrar la funcionalidad y la belleza del cuerpo que nos ha sido dado. Y significa descansar, no solo para recuperarnos del cansancio, sino para reflexionar, conectar con nuestro ser interior y con Dios, y renovar nuestro propósito en la vida.

El cuidado de nuestro cuerpo y alma, entonces, no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin mucho mayor: la realización de nuestra misión divina en este mundo. Cada acto de cuidado personal es, en esencia, un acto de devoción y agradecimiento hacia el Creador, una afirmación de nuestra disposición a servirle con todo nuestro ser. En este contexto, el cuidado de la salud se convierte en una forma de adoración, un camino hacia la santificación de nuestra vida cotidiana.

La enseñanza kabalística sobre la salud nos invita a mirar más allá de la superficie, a reconocer la sacralidad inherente a nuestro ser. Nos llama a vivir conscientemente, con un sentido de propósito y gratitud, recordándonos que somos, al mismo tiempo, creadores y creaciones, destinados a cuidar de este mundo y de nosotros mismos, en la búsqueda de un bien mayor. La salud del cuerpo y del espíritu, vista a través de este prisma, se convierte en la piedra angular de una vida plena y significativa, un eco de la voluntad divina y un reflejo de nuestra verdadera misión en la tierra.

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